Esa estación del año,
que provoca cierta nostalgia por el final del verano, donde, seguro, se habrán
vivido esos amores veraniegos, y provoca también ese romanticismo. En otoño,
observamos como el color y las formas de las flores se van apagando, pero no es
un adiós, es un hasta luego que me voy a empezar a dormir. Regresan de nuevo,
las lluvias, los olores a fresco de la hierba, los días grises, los silencios,
porque ya no hay tanta gente en las calles, en las terrazas, esa algarabía de multitudes que provoca el verano
saliente. Ahora las tonalidades de las hojas se tornan en diversidades de
marrones, el suelo se cubre con una alfombra de esas hojas que al caer, pintan
el suelo de multitud de colores. A los niños les encanta pisar esas hojas y
darles patadas para que vuelen, que tire la primera piedra quien no lo haya
hecho. Ese otoño, en el que apetece tomar una taza de café o chocolate caliente
cuando se va adentrando hacia el invierno y comienzan las temperaturas a bajar.
Esa tacita que se desea tomar junto a la persona que amas cerca del calor de la
chimenea. El cielo se cubre cada vez más a menudo de nubes que amenazan lluvia.
Empiezas a abrigarte más y los escotes de las bellas damas comienzan a
esconderse. El otoño, cuánto ha inspirado a artistas y escritores para que
hablen de él. Incluso, los niños se enfadan un poco porque se anuncia el
comienzo de las clases y de la rutina. También va anunciando que se acerca el
final del año, el final de una etapa, el letargo de un ciclo. Gracias al otoño
que da la mano al verano y al invierno, para que el paso del calor hacia el
frío no sea tan brusco y nos afecte en nuestro ánimo. Es el intermediario del
sol y de la nieve, del verde y de las ramas desnudas de los árboles, del holgar
y del trabajar, de la luz y de las sombras. Que sería del año sin este amigo
intermediario.
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